Siento agradecimiento
de haber crecido en un hogar en el que se enseñaba el evangelio de Jesucristo;
y siendo aún una niña pude obtener mi propio testimonio del Salvador. Me
encantaban las enseñanzas de Él que encontraba en las Escrituras y en The Friend (una revista de la Iglesia
dirigida a los niños). Sin embargo, había un pequeño detalle en Sus
mandamientos que de veras me incomodaba:
Tener que ir a la
Iglesia.
Antes de darme cuenta de que sufría
de ansiedad social, no entendía por qué me era tan espantosamente difícil
guardar ese mandamiento. De niña,
siempre me sentía atacada cada vez que otros miembros de la Iglesia bromeaban
en cuanto a lo callada que yo era. No obstante, ahora que miro hacia atrás,
dudo que alguien haya tenido la intención de lastimarme con sus comentarios,
pero lo cierto es que no me gustaba que se me recordara de esa manera mi
gigantesca debilidad. Lo que la gente me decía lo interpretaba como: “¡Mira qué
tímida eres!” o “Qué aburrida eres”. Era horrible. El hecho de ir a la Iglesia
no era algo que esperaba con ansias y por años tuve que lidiar con esos
sentimientos.
En mis oraciones, le preguntaba a
Dios: “¿Por qué ir a la Iglesia es la parte más difícil de la semana?” Era
algo que me molestaba, porque sabía que la Iglesia tenía que ser como un
hospital para personas con problemas, pero cada vez que asistía, me sentía más
abatida y desesperada.
Cabe preguntar: ¿Por qué seguía
asistiendo a la Iglesia? ¿Por qué no me di por vencida y tiré la toalla?
Porque el Evangelio no
es lo mismo que ir a la Iglesia.
La Iglesia está repleta de gente
imperfecta que a veces nos podría ofender. Ir a la Iglesia me causó ansiedad
por muchos años porque estaba rodeada de muchas personas que pensaba que me
criticarían debido a mi debilidad, en lugar de tratar de ayudarme.
Por otra parte, el Evangelio
consiste en las enseñanzas de Jesucristo. Me aferré al testimonio que había
obtenido de Él siendo niña, seguí nutriéndolo y de esa manera pude aumentar mi
conversión al Señor. La manera de nutrir el testimonio es actuando conforme a
los principios en los que uno cree. Por medio de la obediencia, el Espíritu me
ha testificado que el Señor en verdad me conoce de forma personal. Él está al
tanto de todos los problemas por los que he pasado; Él es mi mayor fuente de
consuelo.
Siendo ya de edad adulta, por
supuesto que ya era lo suficientemente mayor como para decidir por mi cuenta si
ir a la Iglesia o no. Los domingos en los que me sentía de lo peor en cuanto a
mi persona, optaba por ir a la Iglesia con preguntas e inquietudes en la mente,
y siempre recibía respuestas a mis oraciones por medio de un discursante o un
maestro. Con todo y lo difícil que era para mí ir a la Iglesia, siempre supe
que era lo correcto. El Señor me enseñó cosas de manera personal. En lugar de
ignorarlo y tomar el camino más fácil dejando de asistir, seguí yendo y fui
bendecida por mi obediencia.
Ahora, para ser franca, el hecho de
ir a la Iglesia todavía me da miedo. No obstante, ahora sé que padezco de
ansiedad social y que puedo controlar mejor mis emociones, por lo que ir a la
Iglesia ya no es tan terrible. De hecho, agradezco que el Señor nos pida
congregarnos, ya que los seres humanos somos criaturas sociales que nos
necesitamos mutuamente para fortalecernos. Tenemos que enseñarnos el Evangelio
unos a otros; tenemos que enseñarnos unos a otros a actuar conforme a los
principios en los que creemos.
Ahora tengo un fuerte testimonio de
que necesitamos ir a la Iglesia y me cuesta imaginarme lo peor que sería mi
vida si no asistiera a ella. La Iglesia es verdadera, Jesús te ama.