sábado, 25 de agosto de 2018

No hay que confundir el Evangelio con la Iglesia


Siento agradecimiento de haber crecido en un hogar en el que se enseñaba el evangelio de Jesucristo; y siendo aún una niña pude obtener mi propio testimonio del Salvador. Me encantaban las enseñanzas de Él que encontraba en las Escrituras y en The Friend (una revista de la Iglesia dirigida a los niños). Sin embargo, había un pequeño detalle en Sus mandamientos que de veras me incomodaba:
Tener que ir a la Iglesia.
Antes de darme cuenta de que sufría de ansiedad social, no entendía por qué me era tan espantosamente difícil guardar ese mandamiento.  De niña, siempre me sentía atacada cada vez que otros miembros de la Iglesia bromeaban en cuanto a lo callada que yo era. No obstante, ahora que miro hacia atrás, dudo que alguien haya tenido la intención de lastimarme con sus comentarios, pero lo cierto es que no me gustaba que se me recordara de esa manera mi gigantesca debilidad. Lo que la gente me decía lo interpretaba como: “¡Mira qué tímida eres!” o “Qué aburrida eres”. Era horrible. El hecho de ir a la Iglesia no era algo que esperaba con ansias y por años tuve que lidiar con esos sentimientos.
En mis oraciones, le preguntaba a Dios: “¿Por qué ir a la Iglesia es la parte más difícil de la semana?” Era algo que me molestaba, porque sabía que la Iglesia tenía que ser como un hospital para personas con problemas, pero cada vez que asistía, me sentía más abatida y desesperada.
Cabe preguntar: ¿Por qué seguía asistiendo a la Iglesia? ¿Por qué no me di por vencida y tiré la toalla?
Porque el Evangelio no es lo mismo que ir a la Iglesia.
La Iglesia está repleta de gente imperfecta que a veces nos podría ofender. Ir a la Iglesia me causó ansiedad por muchos años porque estaba rodeada de muchas personas que pensaba que me criticarían debido a mi debilidad, en lugar de tratar de ayudarme. 
Por otra parte, el Evangelio consiste en las enseñanzas de Jesucristo. Me aferré al testimonio que había obtenido de Él siendo niña, seguí nutriéndolo y de esa manera pude aumentar mi conversión al Señor. La manera de nutrir el testimonio es actuando conforme a los principios en los que uno cree. Por medio de la obediencia, el Espíritu me ha testificado que el Señor en verdad me conoce de forma personal. Él está al tanto de todos los problemas por los que he pasado; Él es mi mayor fuente de consuelo.
Siendo ya de edad adulta, por supuesto que ya era lo suficientemente mayor como para decidir por mi cuenta si ir a la Iglesia o no. Los domingos en los que me sentía de lo peor en cuanto a mi persona, optaba por ir a la Iglesia con preguntas e inquietudes en la mente, y siempre recibía respuestas a mis oraciones por medio de un discursante o un maestro. Con todo y lo difícil que era para mí ir a la Iglesia, siempre supe que era lo correcto. El Señor me enseñó cosas de manera personal. En lugar de ignorarlo y tomar el camino más fácil dejando de asistir, seguí yendo y fui bendecida por mi obediencia.
Ahora, para ser franca, el hecho de ir a la Iglesia todavía me da miedo. No obstante, ahora sé que padezco de ansiedad social y que puedo controlar mejor mis emociones, por lo que ir a la Iglesia ya no es tan terrible. De hecho, agradezco que el Señor nos pida congregarnos, ya que los seres humanos somos criaturas sociales que nos necesitamos mutuamente para fortalecernos. Tenemos que enseñarnos el Evangelio unos a otros; tenemos que enseñarnos unos a otros a actuar conforme a los principios en los que creemos.
Ahora tengo un fuerte testimonio de que necesitamos ir a la Iglesia y me cuesta imaginarme lo peor que sería mi vida si no asistiera a ella. La Iglesia es verdadera, Jesús te ama.

viernes, 24 de agosto de 2018

Solo di hola

Recuerdo que cuando era adolescente iba a la iglesia y en las clases se hablaba sobre el servicio a los demás. En una ocasión se nos enseñó que decir “hola” podía ser un acto de servicio, pero no entendí ese concepto. Parecía como que era lo más mínimo que uno podía hacer para servir a otra persona. Cuando era niña, mis padres también me enseñaron a saludar a todo mundo, pero no siempre me gustaba hacerlo, ya que era sumamente tímida. Sin embargo, ¡ahora la cosa ha cambiado!

Ese hola que es lo mínimo que uno puede hacer, podría ser todo lo que necesita una persona que padece de ansiedad.

En años recientes, la situación siguiente sucedió varias veces: Una persona a quien conocía pasaba a mi lado y yo trataba de hacer contacto visual con ella para saludarla, pero la persona se seguía de largo sin decir nada. Cada vez que esto sucedía, se me venía a la mente un torrente de sentimientos negativos. “Seguramente no le caigo bien. No le agrado a nadie. Nunca voy a poder hacer amigos”. Esas ideas se intensificaban cada vez más, lo cual me causaba tristeza y desesperación. Esos actos tan sencillos de la gente me generaban una gran ansiedad y depresión.

No obstante, gracias a la ayuda que he recibido, he podido condicionar mi mente para tener pensamientos más sanos. Hay millones de razones por las cuales una persona tal vez no me salude. Puede que sea un mal día para ella. Es posible que la persona sea tímida. Es probable que sus padres no le hayan enseñado a saludar y simplemente no está acostumbrada a hacerlo. ¡Tal vez su ansiedad sea peor que la mía!

Otra manera de hacer frente a la ansiedad consiste en aceptar que, en efecto, quizá NO le caigas bien a la persona. Sin embargo, ¿en serio es el fin del mundo si eso resulta ser verdad? Jesús fue la persona más amable y agradable del mundo y aun así fue adespreciado y rechazado entre los hombres” (Isaías 53:3).

Cada vez que alguien me lastime puedo acudir al Salvador y saber que Él comprende lo que es sentirse rechazado. La gente ha hecho cosas peores aparte de evitarme a mí, pero sé que gracias a que Cristo estuvo dispuesto a sufrir todas las cosas por las que nosotros tenemos que pasar, “por sus heridas fuimos nosotros sanados” (Isaías 53:5). Él me ha sanado de mucho dolor, y por medio de la obediencia a Sus mandamientos me ha ayudado a ser una mejor persona.

En lugar de preocuparme de lo que los demás piensan de mí, debo prestar más atención a aquello que puedo controlar. Puedo ser yo la primera en saludar y, aun si la persona no responde con amabilidad, por lo menos hice mi parte al extender compasión hacia ella. Puedo optar por actuar como un verdadero discípulo del Señor.

El servir a los demás, incluso mediante la forma más básica de servicio, me ha ayudado a sentirme mejor conmigo misma.  También he sido bendecida, porque hay personas muy buena onda con quien he entablado amistad con un simple “hola”.

Te exhorto de corazón a decir simplemente “hola” a todo mundo. Realmente marca 
una gran diferencia.

jueves, 16 de agosto de 2018

No Temas

Hace poco, descubrí que padezco de ansiedad social. Antes de llegar a esa conclusión, mi vida era algo así:


Siempre que estaba en el mismo cuarto con alguien más, mi cuerpo reaccionaba como si estuviera en mucho peligro. Por ejemplo, un día estaba en la biblioteca para rentar una película, y usé la máquina de autoservicio. La máquina no aceptó el dinero que le di para pagar. Yo tenía el temor de que la gente detrás de mí me vieran y pensaran que yo me miraba ridícula mientras trataba de pagar en la máquina. Los latidos de mi corazón se aceleraron. Mi cara se puso caliente. Todo esas sensaciones son señales de un ataque de pánico.


Yo tuve esos ataques de pánico demasiado seguidos. Los tuve cada vez que tenía que hablar en frente de mi clase en la escuela, o cuando mis maestras visitantes venían a verme*, ¡y a veces sucedían cuando estaba con mi familia!


El miedo que sentía al pensar lo que los demás pensaban de mí era demasiado, y mi cuerpo no lo podía soportar. Yo busqué la seguridad en la soledad. Pero esa soledad fue lo que me dio depresión. Fue irónico porque yo sentía ansiedad cuando estaba con la gente, pero yo deseaba establecer relaciones sanas con esa misma gente. Mi ansiedad hizo que fuera difícil que mis relaciones con otras personas florecieron, así que me deprimí.


Como verás, mi ansiedad fue un gran problema. Pero la razón por la que decidí compartir mis pensamientos sobre los problemas emocionales es porque yo no quiero que nadie sufra esos problemas en soledad. Hay esperanza.


Voy a ser sincera. Yo creo que una razón por la que no descubrí que tenia ansiedad más pronto es porque en la cultura latina, la mayoría de la gente no cree en esos tipos de enfermedades emocionales. Ya que sé que tengo este problema, sé que muchos de mis amigos y conocidos tienen problemas similares al mío. Y algunos de ellos no están buscando ayuda, especialmente entre los latinos que conozco. No pienses que tienes que luchar contra estos problemas solo. Yo recibí ayuda profesional y he tomado medicamentos, y desde entonces mi vida ha sido mucho mejor. Doy gracias a Dios que me ha dado doctores que me ayudaron, y también por la ayuda que me dio por medio de las Escrituras, los templos y la oración.


Hace años, yo estudiaba las Escrituras con la esperanza de recibir guía para un reto muy grande que tuve. Leí un versículo en la Biblia que ha quedado en mi mente desde entonces.   El Señor da estas palabras de consuelo:

“No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te fortalezco; siempre te ayudaré; siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.” (Isaías 41: 10)

Debido a que siento temor casi todos los días, ese versículo me recuerda que no tengo que tener miedo si una mano Todopoderosa está sosteniendo mi mano. Testifico que no estamos solos en nuestras pruebas. El Señor ha estado conmigo durante todo lo que sufri. Él me ha dado fuerza, poder, conocimiento y entendimiento.

Durante las semanas siguientes voy a escribir con más detalle acerca de cómo he recibido sentimientos más positivos sobre mí misma, todo gracias al apoyo que recibí del Cielo.


*En la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, a los miembros se nos asigna a dar servicio y ofrecer amistad a otros miembros.  Ese llamamiento antes se llamaba “maestras visitantes” para las mujeres y “maestros orientadores” para los hombres. Recientemente, nuestro Profeta y nuestros líderes de la Iglesia han cambiado el nombre a “hermanas y hermanos ministrantes.”


No hay que confundir el Evangelio con la Iglesia

Siento agradecimiento de haber crecido en un hogar en el que se enseñaba el evangelio de Jesucristo; y siendo aún una niña pude obtener mi...